A principios de este mes, ordené a James “Jimmy” Beran al sacerdocio de Jesucristo. El Padre Beran fue la primera ordenación en nuestra diócesis en los últimos cinco años. En los 10 años desde que me convertí en obispo aquí, he ordenado solo a tres sacerdotes. Afortunadamente, anticipamos una ordenación sacerdotal en 2026 y otra en 2027. A finales de mayo ordené a nueve hombres como diáconos permanentes para nuestra diócesis. En estos 10 años como obispo, he ordenado a 22 hombres al diaconado permanente. Reflexionemos un poco sobre esto.
Los diáconos permanentes brindan un valioso servicio a la Iglesia. En el cuidado pastoral de las almas, pueden bautizar, celebrar matrimonios, predicar homilías, presidir funerales y entierros, dirigir la Adoración Eucarística y la Bendición, entre otras funciones. Pueden ser designados como administradores parroquiales, ofrecer consejería pastoral a quienes lo necesiten, servir como capellanes en hospitales, centros de detención, y brindar ministerio en escuelas católicas y Centros Newman universitarios. A excepción de celebrar la Misa, confesar y ungir a los enfermos, nuestros diáconos permanentes serán cada vez más llamados a desempeñar el ministerio pastoral en nuestras parroquias. ¡Qué afortunados somos de tenerlos!
Hace cuatro años, realizamos una “Cumbre de Vocaciones” (Vocations Summit) en nuestra diócesis. En ese momento, escribí una nueva “Oración para el Discernimiento Vocacional”, y seguimos trabajando continuamente en desarrollar una cultura de conciencia vocacional. Los jóvenes tienen corazones generosos, y muchos desean servir al Señor en la vocación a la que Él los esté llamando. Pero vivimos en tiempos inciertos, y esta inestabilidad parece generar en muchos una vacilación para hacer compromisos firmes, incluso en el matrimonio o la vida religiosa.
Algunos creen que el requisito del celibato sacerdotal es responsable de la escasez de vocaciones. Sin duda, hay quienes desean casarse y formar una familia. Sin embargo, esta escasez de ministros ordenados no se limita a la Iglesia Católica. Basta con visitar los sitios web regionales de las principales denominaciones protestantes para notar que un gran número de sus clérigos son mujeres o personas nacidas en el extranjero que han venido a nuestro país para ayudarlos a paliar la falta de ministros, y todas estas denominaciones permiten el clero casado. Los jóvenes de la mayoría de las denominaciones religiosas ya no están respondiendo al llamado al ministerio como lo hacían en el pasado.
Jesús dijo en el Evangelio: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.” (Lucas 10, 2; Mateo 9, 37). Este versículo no pretende afirmar que siempre ha habido escasez de vocaciones religiosas. Más bien, nos anima a orar por lo que deseamos, a pedir, suplicar e implorar al Señor por los obreros que la Iglesia necesita para cosechar almas.
Todos los días rezo “por un número adecuado de sacerdotes para esta diócesis y por los medios para obtener esos sacerdotes.” Cada vez más jóvenes están respondiendo al llamado del Señor, no sólo para ser sacerdotes diocesanos, sino también para ingresar en comunidades religiosas. Cuando yo era joven, apenas sabía que existían comunidades religiosas masculinas. Ahora, además de las comunidades establecidas desde hace mucho tiempo como los benedictinos, franciscanos, dominicos, redentoristas y jesuitas, han surgido nuevas comunidades vibrantes que han estado atrayendo vocaciones en los últimos 50 años. La Iglesia también necesita estas vocaciones y todo lo que aportan para enriquecer nuestra vida como católicos.
El esfuerzo por brindar atención pastoral a las almas en nuestra diócesis requiere que invitemos y acojamos a sacerdotes de otros países para ejercer su ministerio en nuestras parroquias. Son sacerdotes muy generosos que han dejado su patria, sus familias y sus comunidades religiosas para servirnos aquí. Muchos de ellos nunca habían estado en nuestro país y, por lo tanto, tienen que hacer un gran ajuste para adaptarse a la vida aquí, al mismo tiempo que nosotros también nos adaptamos a ellos.
A su vez, los muchos sacerdotes que han venido de otros países para servirnos han enriquecido verdaderamente nuestra diócesis. La gente me dice constantemente cuánto aprecian la perspectiva y profundidad espiritual de estos sacerdotes. Cuanto más los conocemos, más crece nuestra gratitud por su fe y por cómo el Señor está nutriendo y desarrollando nuestra fe a través de su ministerio sacerdotal. Hasta que más de nuestros propios jóvenes abran su corazón a una vocación sacerdotal, tendremos que seguir dependiendo de sacerdotes extranjeros para atender el cuidado pastoral de nuestras almas, tanto en este país como en nuestra diócesis.
En esta revista presentamos a quienes han sido ordenados recientemente para el ministerio en nuestra diócesis. Al mismo tiempo, quiero animarlos a que presten atención a las cualidades sobresalientes de los jóvenes de su parroquia que poseen las características que les gustaría ver en su futuro párroco, y luego compartan con ellos qué es exactamente lo que les inspira. Esto fue lo que me sucedió a mí, en mi parroquia natal, cuando cursaba el último año de preparatoria. Alguien me preguntó si alguna vez había pensado en ser sacerdote. Respondí: “No, nunca se me había pasado por la mente.” Esta señora me dijo entonces que pensaba que yo tenía cualidades que me hacían apto para el sacerdocio. Una vez que exploré las posibilidades, comencé a imaginarme ayudando a otros a alcanzar la vida eterna.
Juntos, ayudemos a los jóvenes a reconocer sus propias cualidades. Luego, animémoslos a abrazar una vida de servicio, ayudando a otros a valorar la vida eterna y a buscar primero el Reino de Dios y su justicia. ¡San Juan Vianney, patrono de los sacerdotes diocesanos, ruega por nosotros!